Que los plásticos mendocinos desarrollen importantes trayectorias fuera de la ciudad que los vio nacer, en lugares con diferentes y elevados juicios sobre el arte, en presencia de un público exigente, es algo valioso.
Ese es el caso de Nora Correas, nuestra notable artista, que cada tanto vuelve con obras que sorprenden.
Está de nuevo en Mendoza. La acompañan una serie de piezas de las que emana un lenguaje distinto. Sus figuras rompen la dialéctica tradicional.
La libertad, el vuelo que la representa, aparece en sus creaciones. Seres alados, a punto de bogar hacia otros mundos. Corpóreas imágenes duras, listas para una lucha, pelearán con sus armas y con el influjo de raros colores.
Hay toda una familia, una comunidad formada por ellos, figuras simbólicas de mensajes atípicos, que llega al encuentro de los espectadores. Son seres muy especiales que ostentan una acción contenida. Vienen de un mundo particular, casi como las formas creadas por Lovecraft pero sin esa carga horrible de maldad. Lejos de presentarse como dañinos ostentan aires de esperanza, una luz que proviene de sus almas. Sus ánimas, formadas cada una de ellas, con la esencia propia de la artista que las convocó con su demiúrgico arte.