Es que la literatura, la poesía, han descendido sobre las coloraciones de sus mayólicas. La invitación de la Municipalidad de la Ciudad de Mendoza para convertir a ese lugar en una biblioteca al aire libre encontró una masiva y cálida respuesta por parte de los mendocinos. Según las especialistas de la comuna, más de doscientas personas por semana visitan el lugar.
Un público heterogéneo, abuelas con sus nietos, adultos, personas mayores, niños, adolescentes y, algo llamativo, muchos jóvenes de ambos sexos, concurren a pedir textos para leerlos en ese espacio verde enclavado en medio de la premura urbana, un tanto atenuada en los fines de semana.
Esta singular sala de lectura, con el cielo como techo, funciona los sábados a partir de las 12.30.
La experiencia está demostrando que existe en Mendoza un público variado que tiene apetencia por los buenos libros. Se les ofrece una selección de volúmenes de autores argentinos, entre ellos muchos mendocinos y lógicamente de escritores y poetas de reconocimiento internacional.
Se ven sólo con los ojos de la imaginación. Junto a las aves que han hecho de la plaza su hogar, en lo alto de los árboles, permanecen por unos segundos al irrumpir de las páginas poemas de Jorge Luis Borges, de Julio González y cuentos de Draghi Lucero.
Cumplen de ese modo las obras el destino soñado por sus creadores: ser liberadas de la espera que significa un libro cerrado.
La comunicación a través del tiempo entre los escritores y el público se concreta en un ambiente singular, de aire y sol. Se les ofrece a las personas interesadas la posibilidad de elegir a su gusto los mundos que contienen esa combinación de papel, alma y tinta. La respuesta de la comunidad, como se indicó, ha sido atractiva y sorprendente.