Se trata de la morada definitiva de los restos de dos reconocidos e históricos personajes mendocinos. El primero fue uno de los ministros más importantes del siglo XIX, y el segundo, un legendario cuatrero fue el ladrón que se convirtió en santo popular y posee altar y “oratorio” propio en el lugar.
La lápida de Gil se trata de una elegante pieza de mármol con la particularidad de poseer esculpida un ave –no se puede precisar si se encuentra en vuelo, o desfalleciente- y una gran flor. Otra de las curiosidades es la forma en que se talló el deseo de paz eterna, pues aparece la insripción “DEP” (“Descanse en paz”), en vez del tradicional “QEPD” (“Que en paz descanse”).
Esta pieza fue restaurada por el artista local Miguel Ángel Marchioni. Luego fue incorporada a la tumba que ahora contiene tres urnas con los huesos de Gil, su esposa y el hijo de ambos.
Con respecto a la lápida de Francisco Cubillos, se trata de la original, que en el año 1928 -33 años después de ser muerto por la policía en Paramillos- fue costeada por sus fieles.
Con el tiempo, se quebró en seis partes y fue dejada a un lado, al reemplazarse por una tumba. La leyenda popular decía que quien trataba de moverla sufría “cosas desgraciadas”.
Por gestión del director del cementerio, Ernesto Ávila, fue ubicada a los pies del santuario del popular gaucho y rearmada, a pesar de la falta de uno de sus fragmentos. Sin embargo, es posible leer su epitafio: “Su alma milagrosa perdura haciendo el bien a los humildes que le dedican esta morada de eterna paz”.