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Mendoza es la ciudad bosque, la ciudad verde, la ciudad que respira gracias a los miles de árboles que posee. Pero nada es para siempre. Un hermoso Eucalyptus que nació en 1865 en plena Plaza Independencia enfermó gravemente, a tal punto que constituía un peligro social. Por eso, la Municipalidad de la Capital solicitó la realización de esta escultura (que puede verse al hacer clic en la foto) para homenajear al árbol. Porque, como dice Drexler: nada se pierde, todo se transforma…
Hay personas que pueden sentir el arte en mayor o en menor medida, pero no hay quien no pase por la escultura creada por Arcidiácono y no se pare a sacarle una foto, a observarla, a apreciarla, a sentirla. El arte sensibiliza cada vez más, sólo hace falta acercarse a calle Chile y Rivadavia y ver al hermoso adolescente que abraza un cuenco lleno de plantines de estación, producto de un árbol que enfermó gravemente y que, en lugar de ser destinado a una madera de leña, terminó bautizado como “El Jardinero”. Dio oxígeno ciento cincuenta y un años a mendocinos y turistas y se despidió como lo hacen los grandes abuelos: enfermó, dejó sus raíces clavadas en la tierra de la Ciudad de Mendoza y reencarnó en una obra de arte que sólo el alma de Federico pudo esculpir sobre la antigua madera.
Las manos de Federico son una extensión de las necesidades de su ser interno; son las que le posibilitan crear. Él trabajó durante cincuenta días por las mañanas sin descanso para que el producto final cumpliese su objetivo: acercar el arte a la sociedad. Es que, dice el artista: “Se ha generado una distancia entre las obras artísticas y los ciudadanos; hay personas que tienen la ternura en stand by y que esperan este tipo de acciones para volver a sentir”.
Sí. Empecé con una idea y terminé con la afirmación de esa idea. La obra concentra toda la energía, todos los pensamientos, las vivencias. Tiene mucha energía puesta, mía y de toda la gente que pasó y preguntó sobre el trabajo. Cuando me enteré que el árbol se había enfermado, me acerqué a verlo, hice los bocetos y a partir de ahí mi objetivo ya estaba cumplido.
Ese nombre se lo puse yo, pero hablé con un profesor de psicología, que además es amigo y me dijo que lo que él veía en la escultura era un jardinero del alma. El tema título en las obras es delicado. Esto tiene que ver con un grupo de obras que quiero hacer donde entre “El Tomero”, “El Podador”, “La Cuneta”, “El Surtidor”, es decir, todo lo que tiene que ver con la identidad de los mendocinos. Me estoy ocupando de que este proyecto crezca para que nuestra provincia tenga un verdadero museo a cielo abierto donde a través de los árboles viejos que se corten se cuente nuestra historia, nuestra flora, nuestras costumbres.
Federico se define como un soñador. Es un convencido de que las personas que logran cosas son las que sueñan todo el día. “Más allá si el sueño se cumple o no, igual sos un soñador; el problema es cuando no soñás. Todo es posible. Esa es la actitud que hay que alimentar en uno mismo”, dice.
Desde siempre. Desde que hacía juguetes de madera en la carpintería. Siempre me asombró ver a las personas hacer con sus manos algo diferente. El hecho de crear con las manos para mí es extraordinario.
Ganas de seguir sembrando semillas. Esta obra me genera seguridad para mis próximos proyectos. También es bueno dudar, no saber qué resultado va a tener porque ahí es cuando tu mente te exige más creatividad, energía, voluntad, más fuerza, menos miedo. Y veo mi obra y me siento seguro.
Ahora, la idea es continuar con la parte de arriba del árbol convertido en El Jardinero, trozarlo en tres partes y hacer una escultura en cada esquina de la plaza para representar el podador, la cuneta y todo lo que entra en juego para que exista el árbol.
Arcidiácono tiene 36 años, además de utilizar sus manos para esculpir, toca la batería, escribe “apuntes” y se encarga del jardín que tiene en su casa junto a su mujer. Le encanta el arte pop, no tiene artistas preferidos, pero su padre es su gran maestro y admira a Marta Minujín porque “ella no crea un personaje como hacen muchos artistas para vender sus trabajos; ella es actitud siempre”.
Federico es joven, tardó sólo tres décadas y media en entender lo más importante de la vida: lograr, sentir y actuar siempre como un iniciado, como un gran espectador, un observador, que sirve nada más y nada menos que para agudizar sus sentidos, afinar el alma y devolverle la vida a lo que por muchos años nos dio oxígeno a los humanos y color a la ciudad.