Historia de la plaza
Juan Francisco Cobo Azcona fue un extranjero progresista, uno de los primeros en obtener carta de ciudadanía y su nombre se le asignó a esta plaza como un homenaje por haber sido introductor y el hombre que plantó el primer álamo en Mendoza. A fines del siglo XVIII Cobo estableció su residencia en Mendoza y ejerció durante mas de veinte años el cargo de notario eclesiástico de la Vicaría Foránea de Cuyo.
Según Damian Hudson «Recuerdos históricos de la Provincia de Cuyo»: «El año 1808 recibía de Cádiz unas pocas estacas de álamo llamado de Italia (Populus fustigata), de la misma familia del negro (Populus nigra) y algunas semillas de otros árboles exóticos que plantó en su quinta para cultivarlas, aficionado como era a esta especialidad de la horticultura. De ahí la prodigiosa multiplicación del primero que ha sido un ramo de riqueza para Mendoza y San Juan, donde no se tenían maderas para construcción, recibiéndolas a muy alto precio de Chile, Paraguay y Tucumán».
Más tarde, y con el objeto de dar mayor jerarquía a la plaza, la Municipalidad de la Capital, hacia el año 1879, dispuso adquirir un reloj para que prestara servicio al vecindario.
Se hizo necesario construir un basamento en forma de torre para que en planta baja funcionara parte del mecanismo y en lo alto las cuatro esferas combinadas para marcar la hora.
No fue fácil la tarea de levantar la torre porque faltaban técnicos, obreros y dinero, pero durante el primer gobierno de don Elías Villanueva (1878-1881), el ministerio ejercido por don Julián Barraquero superó todas las dificultades y en un acto solemne, ante el reconocimiento y aplauso de los pobladores, se puso en marcha el reloj.
Ahí quedó en funcionamiento el aparato con el que el pueblo llegó a encariñarse al extremo que sin decisión oficial, a la plaza Cobo se empezó a designar «Plaza del Reloj» y así quedó registrado en la tradición mendocina.
El 25 de abril de 1903 la comisión pro-monumento al general San Martín decidió instalar la estatua al prócer en el sitio que ocupaba la torre del reloj en el centro de la plaza Cobo. La torre debía ser demolida y el reloj donado para instalarse en la torre mayor del templo de San Francisco.
Así, al cumplirse la segunda década de la puesta en marcha del carillón, se empezaron los trabajos de remodelación de la Plaza del Reloj y la piqueta demolió el basamento luego de descender de la torre al complicado mecanismo.
El traslado del reloj no fue fácil porque se debía evitar el deterioro al desmontar la máquina. Finalmente se optó por guardarlo en grandes cajones que se depositaron en un apartamento lindero a la parroquia de San Nicolás hacia el este próximo a la calle 9 de Julio.
La reubicación del reloj en la torre mayor del templo de San Francisco hubo de desecharse por cuanto a consecuencia del sismo de gran intensidad, registrado a las 16,35 del 27 de octubre de 1884, que alcanzó caracteres de terremoto en La Rioja y parte de San Juan, la iglesia sufrió graves daños en su estructura, especialmente en los arcos laterales, cúpulas y campanarios.
Así pasaron varios años y no se pensaba en darle una nueva ubicación. Se estudió la posibilidad de traslado a la Casa de Gobierno pero eso constituyó sólo un intento. Al asumir las funciones de director general de Escuelas el profesor Manuel Pacífico Antequeda se preocupó por asignarle emplazamiento definitivo y ponerlo en funcionamiento.
Durante el gobierno escolar del profesor Antequeda, hijo eminente de Mendoza, graduado en la Escuela Normal de Paraná y que había ocupado las más altas funciones educacionales en San Juan y Entre Ríos, se procedió a reconstruir el antiguo local que ocupó la escuela Normal para varones «Domingo F. Sarmiento», transformándose en la escuela para señoritas «Patricias Mendocinas» e inagurada el 12 de octubre de 1915, juntamente con la tan célebre como efímera Escuela Normal Agropecuaria e Industrial «Alberdi».
En ese local de calle Gutiérrez y P. Mendocinas se construyó la torre en la que debía colocarse el reloj, pero surgió un serio inconveniente que parecía insalvable: no había quien se hiciera cargo del armado de su complicado mecanismo.
Por fortuna un sacerdote, el padre teniente cura Donato Saligrat, que de paso en su misión evangelizadora se alojó en la parroquia de San Nicolás, con sus amplios conocimientos de mecánica se entregó a la tarea del armado del carillón, para trasladarlo a la torre expresamente levantada sobre la portada principal de la escuela por calle Gutiérrez.
Ahí quedó instalado el reloj histórico, marcando el tiempo para todo su vecindario que, como la primera época, se encariñó con el tañido de sus ocho campanadas, dispuestas de manera tal que una de ellas hacía de música de fondo y las otras recorrían la melodía del pentagrama en un sonoro arpegio.
El reloj dejó de funcionar por algún tiempo debido a desperfectos, pero desde la década del cuarenta y por más de treinta años, el señor Juan Alberto Loyola, que en aquella época tenía hijos que concurrían a la escuela, se entregó al mantenimiento del complicado mecanismo.
Con la demolición del antiguo edificio de la escuela Patricias Mendocinas y la construcción actual, inaugurada el 2 de diciembre de 1983, nuevamente se desmontó la máquina y se demolió la torre que lo cobijaba, Campanas y restos del mecanismo de relojería se exponen ahora en el patio principal del establecimiento educacional, guardando silencio definitivo.