Teniendo en cuenta el receso invernal en la Ciudad, la obra de Miró es recomendada para los niños en sus vacaciones por la enorme fantasía y riqueza inventiva de sus líneas y colores, del arquetipo de ingenuidad, de obras ante las que basta con dejarse llevar.
Dichas expresiones gráficas no deben ser consideradas como un mero estudio preliminar o complementario de la pintura, sino una indagación en una técnica que conocía muy bien y que utilizaba para obtener efectos peculiares sobre el papel que probablemente no lograba con otras técnicas.
Miró podía permitirse allí una libertad y, en ciertos casos, una agresividad creativa relativamente mayor a la de los códigos ya transitados en la pintura, produciendo obras que evidencian una enorme fantasía y riqueza inventiva, donde la esencia y la síntesis prevalecen sobre el análisis más general de la narración pictórica.
En la primavera de 1969, Miró tuvo una nueva explosión de energía creativa que lo llevó a la realización de una serie de obras de grandes dimensiones y de elevadísimo impacto expresivo. Trabajos de increíble poder cromático y de una extraordinaria forma emotiva, en los cuales el artista consigue fundir signos y símbolos en el interior de una superficie cada vez más imprevisible y activa con un vigor y un ímpetu que diferenciaban también las obras sobre papel.